Llamamos a su celular y en él se escucha aún su voz gruesa y afectuosa, que nos pide le dejemos un mensaje, y nos parece mentira que el sobreviviente de tantos episodios singulares haya sido tumbado por una dolencia repentina.
Tal vez no sea imprescindible una detallada cronología de su vida, iniciada en 1942, de sus muchos cargos partidarios, de sus representaciones parlamentarias, de su magnífica gobernación de Río Negro, la primera de la democracia recobrada, sino que lo imperioso sea el estudio y el aprendizaje de sus enseñanzas volcadas generosamente en el libro, en los diarios, en su magnífica revista "Ciudadanos", al igual que su presencia en cientos de casas radicales en toda la enorme geografía nacional. Ese es, sin duda alguna. un homenaje que Osvaldo Álvarez Guerrero habría querido y que tenemos la obligación de rendirle. Es su legado a todos, a cada uno de los que llevamos el radicalismo en el corazón.
El "Flaco" Álvarez Guerrero tenía cierto aspecto quijotesco, uno se lo imaginaba con el yelmo que los dibujantes le endosaron al caballero de La Mancha, pero fue un Quijote que vivió siempre cuerdo, siempre absoluta y lealmente radical, siempre en docente, sin ínfulas de sabio, aun cuando, objetivamente, Osvaldo Álvarez Guerrero lo fue y supo demostrarlo. No era un trepador, no era un ambicioso, pese a tener una prodigiosa inteligencia, una enorme cultura, de la cual no alardeaba ni apabullaba a nadie, con la cual era absolutamente generoso, con la cual nos enriqueció a miles de radicales.
Cuando discrepaba, lo hacía con altura y con respeto. No fue amigo del improperio entre los radicales y aun en las diferencias mas ríspidas salvaba la amistad, la preservaba como un bien precioso. Así ocurrió cuando fue presidente de la Convención Nacional, en los tiempos previos a la reforma constitucional de 1994.
No pasó desapercibido en el Congreso Nacional, al que llegó muy joven. No fue un diputado de la chatura cómoda, sino que sobresalió y mucho. Si palabra cálida, firme, fuerte hizo resonar conceptos profundos el recinto del viejo Palacio.
Adonde lo llamaban iba Osvaldo Álvarez Guerrerro, generalmente en colectivo, por lejos que estuviera el grupo de radicales que querían aprender de sus saberes, de su genuina formación radical.
Los libros no son relleno de estantes, sino simiente de ideas poderosas; sus miles de artñiculos en cien publicaciones, sus análisis sobre Lebensohn, al que admiraba profundamente, sobre Illia, sobre el alma radical. son un legado inolvidable.
Fue un radical sencillo en los tiempos de gloria y un radical orgulloso y valiente en los momentos difíciles, en los tiempos de las dictaduras. Pero nunca un vanidoso, menos aun un trepador o un tornadizo.
Fue un hombre esencialmente cordial, afectuoso generoso. Sin dudarlo, si se le hubiese pedido a Osvaldo Álvarez Guerrero que se describiese a sí mismo, le hubiera robado dos cuartetas a su admirado Antonio Machado:
"hay en mis venas gotas de sangre jacobina,
pero mi verso brota de manantial sereno;
y, mas que un hombre al uso que sabe su doctrina,
soy, en el buen snetido de la palabra, bueno.
Y cuando llegue el día del último viaje,
y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,
me encontráreis a bordo ligero de equipaje,
casi desnudo, como los hijos de la mar.
Tal vez no sea imprescindible una detallada cronología de su vida, iniciada en 1942, de sus muchos cargos partidarios, de sus representaciones parlamentarias, de su magnífica gobernación de Río Negro, la primera de la democracia recobrada, sino que lo imperioso sea el estudio y el aprendizaje de sus enseñanzas volcadas generosamente en el libro, en los diarios, en su magnífica revista "Ciudadanos", al igual que su presencia en cientos de casas radicales en toda la enorme geografía nacional. Ese es, sin duda alguna. un homenaje que Osvaldo Álvarez Guerrero habría querido y que tenemos la obligación de rendirle. Es su legado a todos, a cada uno de los que llevamos el radicalismo en el corazón.
El "Flaco" Álvarez Guerrero tenía cierto aspecto quijotesco, uno se lo imaginaba con el yelmo que los dibujantes le endosaron al caballero de La Mancha, pero fue un Quijote que vivió siempre cuerdo, siempre absoluta y lealmente radical, siempre en docente, sin ínfulas de sabio, aun cuando, objetivamente, Osvaldo Álvarez Guerrero lo fue y supo demostrarlo. No era un trepador, no era un ambicioso, pese a tener una prodigiosa inteligencia, una enorme cultura, de la cual no alardeaba ni apabullaba a nadie, con la cual era absolutamente generoso, con la cual nos enriqueció a miles de radicales.
Cuando discrepaba, lo hacía con altura y con respeto. No fue amigo del improperio entre los radicales y aun en las diferencias mas ríspidas salvaba la amistad, la preservaba como un bien precioso. Así ocurrió cuando fue presidente de la Convención Nacional, en los tiempos previos a la reforma constitucional de 1994.
No pasó desapercibido en el Congreso Nacional, al que llegó muy joven. No fue un diputado de la chatura cómoda, sino que sobresalió y mucho. Si palabra cálida, firme, fuerte hizo resonar conceptos profundos el recinto del viejo Palacio.
Adonde lo llamaban iba Osvaldo Álvarez Guerrerro, generalmente en colectivo, por lejos que estuviera el grupo de radicales que querían aprender de sus saberes, de su genuina formación radical.
Los libros no son relleno de estantes, sino simiente de ideas poderosas; sus miles de artñiculos en cien publicaciones, sus análisis sobre Lebensohn, al que admiraba profundamente, sobre Illia, sobre el alma radical. son un legado inolvidable.
Fue un radical sencillo en los tiempos de gloria y un radical orgulloso y valiente en los momentos difíciles, en los tiempos de las dictaduras. Pero nunca un vanidoso, menos aun un trepador o un tornadizo.
Fue un hombre esencialmente cordial, afectuoso generoso. Sin dudarlo, si se le hubiese pedido a Osvaldo Álvarez Guerrero que se describiese a sí mismo, le hubiera robado dos cuartetas a su admirado Antonio Machado:
"hay en mis venas gotas de sangre jacobina,
pero mi verso brota de manantial sereno;
y, mas que un hombre al uso que sabe su doctrina,
soy, en el buen snetido de la palabra, bueno.
Y cuando llegue el día del último viaje,
y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,
me encontráreis a bordo ligero de equipaje,
casi desnudo, como los hijos de la mar.
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