Cuando un líder personalista desaparece de escena sobreviene en su entorno la tentación de calcarle hasta los errores. Esa superstición surge de la repentina necesidad de no romper la fórmula secreta de la magia. Como decía un personaje de Borges sobre un guapo barrial: "Lo admirábamos tanto que hasta le copiábamos la forma de escupir". Es posible que ese síndrome aqueje por estos días a la viuda y los herederos políticos de Néstor Kirchner, quien gobernaba en una soledad asombrosa y llevaba a cabo trucos intransferibles que ahora otros deben ejecutar disfrazados de lo que no son.
Uno se pregunta si sería posible la continuación, e incluso la profundización del modelo kirchnerista sin las patologías personales de su factótum. ¿Se podría llevar a cabo la misma política sin la propensión a la violencia verbal, la venganza, la división y el desprecio por el disidente? ¿O estas modalidades, por el contrario, son constitutivas del proyecto? "Para cambiar las cosas no quedaba otra que ser jacobinos", me dijo este fin de semana un kirchnerista cuando le hice estas mismas preguntas.
No carece de lógica, aunque espante, el hecho de que sin esos métodos agresivos quizá no se hubiera captado a un parte de la juventud combativa de la clase media ideologizada, y que si se retrocediera ahora de esas prácticas los hombres del poder correrían el riesgo de perder el respeto ante su grey belicosa. Sin embargo, qué país más unido y menos violentado sería, ¿no? Claro, esa madurez no solucionaría de un plumazo los graves problemas de la Argentina, pero al menos bajaría el nivel de enfrentamiento de una sociedad que ahora se habla a los gritos y en la que unos y otros se dedican mutuamente dolorosas amenazas.
Cuando me refiero a los graves problemas estoy hablando, en concreto, de la inflación, que en su primera fase hasta era deseada; en su segunda, tolerada, y en su actual fase es directamente temida. Se pudo crecer con inflación, pero su persistencia en el tiempo y la evidencia de que rondaría en cualquier momento el 27% explica el altísimo nivel de conflictividad social y cierto malhumor general que se venía gestando: los argentinos que estamos dentro de la olla, primero sentimos el agua tibia y luego caliente, pero ahora nos empieza a realmente a pelar. No nos damos mucha cuenta de ello porque estamos acostumbrados a los ardores, pero nuestra incomodidad y muchas veces un fastidio sin explicación va en aumento. La violencia verbal en combinación con el hervor inflacionario formaron de alguna manera el polvorín que hizo posible las batallas campales del sindicalismo y la muerte de un militante del Partido Obrero, algo que no podía perdonarse Néstor Kirchner en las horas anteriores a la muerte súbita. Aun estando en desacuerdo con su poco respeto por la organización interna de la democracia y por el funcionamiento independiente de las instituciones y a pesar de tantas otras transgresiones que este movimiento comete sin pestañear y hasta con orgullo, el kirchnerismo se mostró en las exequias de su jefe como una fuerza representativa e importante, y debe seguir gobernando al menos un año más con el apoyo de todos. La primera duda entonces es si podrá hacerlo sin copiarle al jefe hasta su forma de escupir.
La segunda duda es aún más insondable: ¿será capaz de integrar, como hacía Néstor, al doctor Jekyll y a Mr. Hyde? ¿Lograrán sus herederos acercarse aún más a la izquierda y a la vez tener adentro a la mayor de todas las corporaciones de América latina: el peronismo puro y duro? Este fin de semana la oligarquía peronista -todos esos millonarios con fraseología popular que detentan los aparatos gremiales, territoriales y partidarios, y sin los cuales es imposible la gobernabilidad- cavilaba día y noche sobre cuánto poder reclamaría y cómo se llevaría con una Presidenta que nunca se sintió parte del pejotismo blindado ni de la patria sindical.
Antonio Cafiero me explicó alguna vez que "no cualquiera puede ser peronista, hay que tener un estómago importante para serlo". Se refería, naturalmente, a la cantidad y variedad de sapos que un peronista debe estar dispuesto a tragarse. Del elenco oficial, murió quien tenía el estómago más fuerte e importante. Queda viva una colección de estómagos delicados, y muchos progresistas K y demasiados rancios peronistas de la derecha disputando, por ahora imaginariamente, el timón de un gobierno "heroico" y un Estado dispendioso.
Se verá si los herederos tomarán el camino de la imitación perfecta o si intentarán la riesgosa pero también fascinante búsqueda de la innovación.
© LA NACION
Uno se pregunta si sería posible la continuación, e incluso la profundización del modelo kirchnerista sin las patologías personales de su factótum. ¿Se podría llevar a cabo la misma política sin la propensión a la violencia verbal, la venganza, la división y el desprecio por el disidente? ¿O estas modalidades, por el contrario, son constitutivas del proyecto? "Para cambiar las cosas no quedaba otra que ser jacobinos", me dijo este fin de semana un kirchnerista cuando le hice estas mismas preguntas.
No carece de lógica, aunque espante, el hecho de que sin esos métodos agresivos quizá no se hubiera captado a un parte de la juventud combativa de la clase media ideologizada, y que si se retrocediera ahora de esas prácticas los hombres del poder correrían el riesgo de perder el respeto ante su grey belicosa. Sin embargo, qué país más unido y menos violentado sería, ¿no? Claro, esa madurez no solucionaría de un plumazo los graves problemas de la Argentina, pero al menos bajaría el nivel de enfrentamiento de una sociedad que ahora se habla a los gritos y en la que unos y otros se dedican mutuamente dolorosas amenazas.
Cuando me refiero a los graves problemas estoy hablando, en concreto, de la inflación, que en su primera fase hasta era deseada; en su segunda, tolerada, y en su actual fase es directamente temida. Se pudo crecer con inflación, pero su persistencia en el tiempo y la evidencia de que rondaría en cualquier momento el 27% explica el altísimo nivel de conflictividad social y cierto malhumor general que se venía gestando: los argentinos que estamos dentro de la olla, primero sentimos el agua tibia y luego caliente, pero ahora nos empieza a realmente a pelar. No nos damos mucha cuenta de ello porque estamos acostumbrados a los ardores, pero nuestra incomodidad y muchas veces un fastidio sin explicación va en aumento. La violencia verbal en combinación con el hervor inflacionario formaron de alguna manera el polvorín que hizo posible las batallas campales del sindicalismo y la muerte de un militante del Partido Obrero, algo que no podía perdonarse Néstor Kirchner en las horas anteriores a la muerte súbita. Aun estando en desacuerdo con su poco respeto por la organización interna de la democracia y por el funcionamiento independiente de las instituciones y a pesar de tantas otras transgresiones que este movimiento comete sin pestañear y hasta con orgullo, el kirchnerismo se mostró en las exequias de su jefe como una fuerza representativa e importante, y debe seguir gobernando al menos un año más con el apoyo de todos. La primera duda entonces es si podrá hacerlo sin copiarle al jefe hasta su forma de escupir.
La segunda duda es aún más insondable: ¿será capaz de integrar, como hacía Néstor, al doctor Jekyll y a Mr. Hyde? ¿Lograrán sus herederos acercarse aún más a la izquierda y a la vez tener adentro a la mayor de todas las corporaciones de América latina: el peronismo puro y duro? Este fin de semana la oligarquía peronista -todos esos millonarios con fraseología popular que detentan los aparatos gremiales, territoriales y partidarios, y sin los cuales es imposible la gobernabilidad- cavilaba día y noche sobre cuánto poder reclamaría y cómo se llevaría con una Presidenta que nunca se sintió parte del pejotismo blindado ni de la patria sindical.
Antonio Cafiero me explicó alguna vez que "no cualquiera puede ser peronista, hay que tener un estómago importante para serlo". Se refería, naturalmente, a la cantidad y variedad de sapos que un peronista debe estar dispuesto a tragarse. Del elenco oficial, murió quien tenía el estómago más fuerte e importante. Queda viva una colección de estómagos delicados, y muchos progresistas K y demasiados rancios peronistas de la derecha disputando, por ahora imaginariamente, el timón de un gobierno "heroico" y un Estado dispendioso.
Se verá si los herederos tomarán el camino de la imitación perfecta o si intentarán la riesgosa pero también fascinante búsqueda de la innovación.
© LA NACION
0 comentarios:
Publicar un comentario